Según lo relata Óscar de la Barbolla en su artículo «La muerte y sus sentidos», en la revista México Indígena, uno de los aspectos interesantes de la cultura azteca también existe en la Tradición Teuchitlán: su forma de culto a la muerte. Elaboraban casas en miniatura con figurillas que representaban a los habitantes e incluso a un perro.
De hecho, al perro lo enterraban en la entrada de la casa del difunto para que acompañara a su amo en su viaje al Mictlán, hacia la peregrinación de nueve regiones.
La primera era conocida como un caudaloso río, el Chignahuapan, que es la prueba a la que los someten los dioses infernales, en donde el canino ayudaba al amo a cruzar dicho río.
Después, el alma pasa entre dos montañas que se juntan, para en tercer lugar pasar por una montaña de obsidiana; sigue su trayecto y en cuarto lugar pasa por donde sopla un viento helado que corta como si llevara navajas de obsidiana; más adelante pasa por donde flotan banderas; el sexto lugar es el sitio en que flechan al ánima; en el séptimo, el inframundo, están las fieras que comen los corazones; durante el octavo se pasa por lugares entre piedras y estrechos; en el noveno y último, el «Chignahumictlan«, descansa o desaparecen las almas.
Para los aztecas la muerte representa el más allá de esta vida, un viaje en dirección hacia los cuatro puntos cardinales, para encontrar alguna forma de preservar su alma. Algunas de estas nociones subsisten actualmente entre los elementos de los tan mexicanos altares de muertos.
Los altares de muertos
Los altares de muertos son el resultado del sincretismo entre la cultura prehispánica y española. Los elementos que los integran remiten a múltiples significados propios de ambas civilizaciones:
Camino de flores de «cempoazuchitl«, para indicarle al alma el lugar destinado a su ofrenda y así pueda llegar fácilmente.
Las ofrendas de adultos (tequila, tamales, atole) son aquellos alimentos que solía comer o beber la persona a quién está dedicado el altar de muertos.
La cruz de sal. El hombre no puede vivir sin sal, la necesita para aderezar sus alimentos. También simboliza los cuatro puntos cardinales. Esto le ayuda al alma a llegar más pronto y ubicar su ofrenda.
También encontramos los siguiente elementos:
Los dioses del inframundo, que representan nuestra raíz mexicana.
Las fotos, sombreros, ropa o cualquier otro objeto que haya usado el difunto en vida.
El color morado representa el luto y el color rosa, la alegría por el reencuentro con sus seres queridos.
Los alimentos son conocidos como «la ración del muerto», que se reparte el 3 de noviembre de cada año.
El tequila da vida: el difunto llega exhausto de su largo viaje del inframundo para comer sus alimentos, reanimarse y convivir en alegría. Posteriormente, la bebida le ayuda al alegre regreso, además de saciar su sed.
Las calaveras de azúcar o chocolate simbolizan los dioses del inframundo. A la llegada de los españoles, los antiguos dioses se cristianizan y se convierten en representaciones del Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Esa es la razón por la que se coloca una calavera grande (Dios Padre) y dos de menor tamaño.
Fuente: El arte de conocer, saborear y admirar tequila. Juan Bernardo Torres Mora.
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